juan d'Ors
música

LA PRENSA DICE...

Conversaciones con Juan d’Ors

¿Cómo nació el proyecto “Tiempos”?
¿Cómo quiere que le responda? ¿De forma dramática, épica o lírica?...
De las tres maneras.
Dramática: Estaba sin blanca, con poco trabajo y terminando mis monográficos sobre Lluís Llach. Llegaba la hora de hacerse con un nuevo repertorio que uniera, a partir casi de la nada, mis facetas de músico, cantante, actor y escritor. Épica: Me acercaba fatídicamente a los 50, en los que todo puede ser crisis pero también riqueza. Podía permitirme mirar hacia atrás pero adelante también, hacer un “repaso” con una especie de melancolía alegre, existencial, que, en lugar de nostalgia, creara vida. Lírica: Mi padre, Juan Pablo d’Ors Pérez, hijo del escritor Eugenio d’Ors, fue la persona sin duda que más influencia ejerció sobre mí. Su actitud ante la música fue una relación amor/odio. Acercándose ya la época de la decrepitud, se le ocurrió grabarse canturreando las canciones que habían ido marcando las etapas de su intensa vida, haciéndose acompañar sólo del insistente tic-tac de un reloj despertador. Con los años voy entendiendo mejor a mi padre, que siempre pensó que yo me consideraba su enemigo…
¿Y así surgió todo?
Sí, de forma más compleja y gradual de lo que le he relatado. Revisando la maravillosa película de Jarmusch “Night on earth”, compruebo que comienza con un plano de relojes que marcan la hora en diferentes ciudades, al son de la rítmica música de Tom Waits… pero esa influencia fue sin duda inconsciente. En suma, de lo que se trataba era de crear y buscar la banda sonora de una existencia (la mía) que fuera lo suficientemente simbólica tanto para las personas de mi generación como para el resto. El proyecto en realidad se tituló “Tiempos y Latidos” y reunía 36 piezas que eran básicamente las canciones populares (en el sentido amplio del término) que, lo quisiera o no, me habían impresionado siempre. E intenté darles la vuelta literalmente, que parecieran nuevas ante mis oídos y los de los demás.
¡36 piezas!...
A efectos puramente operativos, he tenido que dividir simétricamente el espectáculo en dos partes. Comenzaremos a trabajar la segunda en cuanto hayan finalizado los bolos de la primera.
Las expresiones “tiempo” y “latido” no son nada inocuas.
“Tiempo” hace alusión al devenir, el pasado, y además es un término musical. “Latido”, en cambio, equivale a presente, se late por un amor vivo… Pero (al menos para mí) los dos términos se confunden, son ambiguos, pasado y presente son una sola cosa, inseparable del ser humano.
En todos sus arreglos hay una constante rítmica, una especie de metrónomo.
¡Exacto! Es el reloj, es el corazón, es la existencia misma.Todos esos ritmos junto a mis arreglos son los que dan coherencia y unidad al espectáculo, puesto que se trata de canciones (elegidas, es verdad, por mí) de muy distintos géneros, índole y estilo (blues, tango, rock, folk, villancico…). Este espectáculo, sí, es un concepto, una suite de canciones que están llenas de reminiscencias anteriores y que son puertas que abren otras puertas…
¿Y sus propias composiciones?
Prácticamente todas están realizadas a partir de las atmósferas que yo mismo creo en los
arreglos de las composiciones ajenas. Por tanto, son mis composiciones las que van a servir de hilo conductor ante este puzzle de géneros, son las que van a vertebrar todo. Si los ritmos y latidos son los leitmotivs, mis temas (instrumentales) son los músculos que recubren el esqueleto de las canciones propiamente dichas. Mis piezas a veces aparecen desnudas, y otras, acompañan a textos literarios míos, monólogos que sirven sobre todo a la interpretación actoral y hacen de guía en este viaje más por el tiempo que por el espacio. Los tres textos que aquí se interpretan confieren al espectáculo un aire teatral. Mi deseo, dicho sea de paso, es que estos conciertos sean una work in progress. Cada bolo debe ser distinto, ir creciendo y llenándose de elementos nuevos.
Háblenos de su composición “Tiempos”.
Vuelvo a mi padre para decirle que de él heredé el gusto por el tema central de “El tercer hombre”, la más incisiva y devoradora manifestación del ritmo en estado puro. Cuando compuse “Tiempos” (que da nombre al espectáculo y, por tanto, es clave en él), lo que trataba era de reproducir esa misma atmósfera enfermiza y rotunda, esa respiración, ese rastro que retorna continuamente y se descompone en variantes. Sin saber ni mucho menos lo que estaba haciendo, acudí a la milonga, al tango, a la habanera y a la rumba y fui sumando. Con sólo dos acordes y casi siempre con las mismas notas se puede crear una tensión musical fascinante, y ésta es la demostración. Sólo de esta pieza tengo grabadas unas nueve o diez versiones…
¿Qué es para usted un arreglo?
Un arreglo debe respetar profundamente la idea, la sensibilidad y estructura del compositor original, pero al mismo tiempo ofrecer un negativo de la “película”, algo que sea personal y donde el contrapunto dialogue con la melodía y armonía. El arreglista (que muchas veces dignifica una composición) ha sido despreciado y olvidado en el pasado, y no se le ha reconocido como “autor-adjunto”. En la actualidad es todavía peor: los arreglos -un trabajo de equipo casi siempre- se incluyen dentro del término “producción” y no sabemos de qué demonios nos están hablando.
¿Cuál es su forma de trabajar?
Tanto para mis propias composiciones como para los arreglos, mi técnica de trabajo está a
caballo entre la improvisación de jazz (sin llegar al free jazz, pero bordeándolo) y la música aleatoria: hago piruetas con la escala cromática, con lo modal… Cavilando durante tres años alrededor de estos repertorios, creo saber que una música tiene una estructura aparente y una estructura profunda, que es la que hay que descubrir. Esto me ha hecho ver la relación que existe entre la música popular de todos los países latinos.Y también cómo, a la postre, sólo existen cuatro o cinco tipos de canción, y estamos haciendo continuamente variaciones sobre lo mismo… Mis peculiares versiones del repertorio, además de intro, coda y arreglo, desarrollan casi siempre una parte central instrumental que yo prefiero llamar mejor intraludio que “interludio”, en la que los músicos pueden divertirse improvisando y yo puedo hacer rubatos a tutiplén, y donde los contrapuntos cruzados crean sensación de fuga y contrafuga.
Según he podido comprobar utiliza maquetas grabadas en multipista y
con su propia voz va cantando lo que podrían hacer los instrumentos que
intervienen en las piezas.

¡Ja, ja! Así es, pero no soy Fátima Miranda, ¿eh?... Sólo intento que sean una referencia para mí mismo y para mis músicos. (En mi intuición, en mi cabeza, o en mi alma, quién sabe, está todo lo suficientemente claro). Creo ser el único en proceder así. Pero no es más que una curiosidad antropológica, ¿no?
No estoy de acuerdo. Primero, porque en “El Noi de la Mare” usted reproduce exactamente esa técnica en directo con resultados notabilísimos. Y, segundo, porque esta forma de crear configura de forma sensible el resultado final, y devuelve además el contrapunto a su origen, que era cantado … Por lo demás, observo que usted sigue fiel a su extraña manía de cantar en ocasiones “en monstruo”, sin decir absolutamente nada inteligible.
¿Usted cree? Fíjese bien, porque a veces hago “alusiones secretas” en esos monstruos…
¿Cuál es su aspiración como cantante?
Quiero encontrarme a mí mismo con mi voz, que es múltiple.Y sobre todo comunicar y emocionar. Creo que, siendo ya mayorcito como soy, puedo permitirme cantar, por ejemplo, un tango de forma insólitamente susurrada. No soy un crooner, ni mi espectáculo es retro. Mi ideal de voz es Caetano Veloso, todo sensualidad, todo ambigüedad, todo sugerencia.
¿Qué música le seduce e influye?
Me empapo de casi todos los géneros.Adoro desde Satie a AC/DC; desde Yann Tiersen a los jingles y sintonías de radio y tv; desde Shakira a Ennio Morricone… Detesto los géneros “blandos”, estáticos, como el chill-out. En líneas generales prefiero lo acústico a lo electrónico. Y me fascinan las orquestas de viento que tocan en los templetes.Aunque toda mi sensibilidad está bañada por lo culto y lo clásico, habitualmente hallo más inteligibilidad y claridad en lo “popular”. De alguna forma y hasta cierto punto puedo encuadrarme en el minimal. Todo lo que le estoy diciendo se refleja en el espectáculo, ¿no?...
Hábleme de sus músicos.
Encantado.Tendría que aludir primero a mis transcriptores y técnicos de sonido.Trabajar a partir de una sola voz es complicado… En cuanto a los músicos que me acompañan, lo que pido de ellos es primero ternura (y no todos son capaces de entender este término). Y despus, que sepan comprenderme y que “me mejoren”… con toda la paciencia del mundo. Muchos me abandonan por el camino. Soledad y martirio los míos, créame. Adán Latonda, mi más viejo cómplice, es un pianista capaz de repentizar con una sensibilidad y destreza apabullantes.Tomás Álvarez es puro mestizaje, es polivalente, y un eterno adolescente que juega con su guitarra. Jordi Pinyol es un superdotado que se adapta a mis ideas sin dejar de ser él mismo reflejado en sus guitarras. Y Costanzo Laini y Daniel García son muy competentes en sus campos respectivos…
¿Hace usted fusión?
¿Qué otra cosa se puede esperar de mí? Fíjese en mis ojos de chino… En mi sangre hay ascendencia catalana, vasca, andaluza, alemana, cubana, francesa… Sí, creo que soy poco recomendable.


(Luis Lacasa, www.solidaridaddigital.com. Martes 22 de septiembre de 2009. Portada y páginas de cultura.)